Coordenada intrínseca. Yolanda Velázquez. Acrílico sobre tela. 24"x 24". 2000
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Asistimos furtivamente a la invitación de los lugares íntimos donde el encuentro inarticulable de dos esencias se nos aparece ante los ojos, como una epifanía. Nos asomamos a un territorio difuso, cuya evidencia se presenta mediante la fabricación de documentos que son testigos y ventanas hacia la interioridad de dos continentes que se compenetran, que se cohabitan mutuamente, haciendo las veces, cada uno a su vez, de contenido del otro. Estas piezas, que intentan presentar la cartografía exacta del lugar que el sujeto ocupa en el espacio de lo tropical, se contaminan con la compenetración intensa del artista con el trópico buscando el modo específico en que ella ocupa ese territorio humano, la carne misma del ser.
Intentando explorar los lugares que ocupa el cuerpo en el panorama tropical, esta indagación descubre que también el cuerpo, la mano como signo de identidad, están habitadas por el trópico. El trópico pasa a ser en esta obra, de un mero paisaje a poblar, un personaje habitante, un elemento con personalidad con el que el artista se compenetra de un modo muy peculiar. En estas piezas, aunque se intentan establecer coordenadas que fijen los lugares del uno en el otro, del continente en el contenido, no hay fronteras nítidas que delimiten los lugares precisos donde termina el sujeto y donde empieza el objeto, donde empieza la figura y donde el paisaje, donde termina la carne del animal humano y donde empieza el material clorofílico de lo vegetal.
Y es la fuerza de la identidad, de la involucración radical de la artista en esta concepción la que rompe el marco rudo de la objetividad llevando estos documentos al territorio que dicta el deseo. Aquí la anatomía vegetal y la humana se condensan, se ocupan la una a la otra, creando seres en diversos estados de hibridez. Interesantemente el título, que alude a la ciencia de la tauromaquia como arte de la compenetración del hombre y la bestia, de la vida y la muerte, nos permite leer esta conección con la creación de un ser femenino que sería la contraparte tropical del minotauro, un cuerpo humano literalmente germinado, en flor, con la flora por cabeza.
Continente y contenido, paisaje y figura se superponen en estas obras sucesivamente, de tal modo que algunas veces la flora representativa del trópico aparece como una selva densa dentro de la cual ocurre la figura humana como una flor inédita en ese panorama, mientras que otras veces es la flor la que germina del territorio de la carne, de la palma o el reverso de la mano, del cuello, de la geografía corporal. Otras veces surgen mapas que intentan cartografiar al cuerpo y a a la flora dentro de unas mismas coordenadas, como parte de un mismo mundo.
Estas obras, como documentos, intentan construir un universos de migraciones, movimientos y devenires constantes cuyo único soporte real es la intimidad y el deseo de la artista, que los fija como cualidades subjetivas de su realidad. Aquí se documenta la compenetración específica de la artista con su trópico, sus modos de habitarlo, y los modos en que ese trópico multifacético la habita, como si el cuerpo fuera un jardín, como si todos fuéramos mapas donde el trópico marca sus lugares y sus distintas estaciones.
22 de marzo de 2000. San Juan. Puerto Rico
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