Wednesday, December 16, 2009

Dulce remilgo



1ro de abril de 2008.

5:14 a.m., Santurce, Puerto Rico

Mi queridísimo Juan,

Ayer en la mañana me dirigí al Viejo San Juan para almorzar con mi amiga Bea y entregarle copia de una historia de amor que escribí durante mes y medio que se llama Breva Brevis…creo que ya te he contado algo de esto cuando anduve por Chicago, recuerdas? Antes de encontrarme con ella, pues llegué muy temprano, decidí entrar a la Liga de Arte. Estaba todo muy tranquilo pues era lunes y no habian visitantes allí. Me dirigí al patio interior y lo cruzé para llegar al fondo y entrar a la salita de exposiciones. Tenían una exhibición de pintura terrible. Era como algo así cataclísmico donde sobresalía una pintura como de un Jesucrito crucificado, todo era de colores grises y oscuros y salí corriendo de allí. Para mi sorpresa al salir de la sala, cuando voy cruzando el patio interior, ¿adivina que? Me encontré con el paraiso, ¡si! un hermoso arbol de grosellas que está sembrado en el mismo medio del patio. Quien sabe cuantas veces lo miré y hasta ese momento, despues de tantos años de mirarlo, finalmente lo ví. El día estaba precioso y soleado. Cuando miro hacia arriba descubro, en las ramas del arbol, racimos de verdes grosellas toditas apretadas unas junto a otras como si estuvieran temblando ante mi mirada de espanto despues de haber visto el infierno. Esta aparición de las grosellas fué tan hermosa y casi veía tu carita asomándose entre las ramas. Recordé nuestra conversación en tu cocina, en medio del frio invierno de Chicago y como me describías el color y el sabor del dulce de grosellas y como lo recordábamos como una joya tan extraña y lejana. Fué como hablar de tesoros de nuestra niñez que poco a poco el tiempo va empañando y negando. ¡Ay mi Juan! ¡Si hubieras visto las grosellas! El sol se atravesaba por entre las micro hojitas del arbol, ¡las recuerdas? Cada rama y cada frutita brillaba de un verdor transparente contra un cielo azul caribeño que pa’ que te cuento. Me quedé allí observando por un rato y cuando miro hacia el piso ví que habían caido algunos de sus frutos y me dispuse a recoger algunos. Jamás pensé que me emocionaría tanto con este arbolito de grosellas, aunque pienso que la mezcla de descubrirlo, observarlo y pensar en nuestra conversacion y recuerdos de infancia fué lo que hizo mágico ese avistamiento, ese momento.

Gracias Juan por haberme mostrado las grosellas de mi infancia, en medio del gris invierno de Chigao y en tu cálida cocina. Gracias Juan, amigo entrañable, por que entiendo la nostalgia de tu infancia. Gracias Juan por regalarme la memoria de las hermosas y ácidas grosellas que en las manos y la memoria de nuestra niñez se convirtieron en un dulcísimo recuerdo.

Un abrazote y hasta pronto,

Yo

2 comments:

  1. ay ay ay...aun no leo lo k eskribiste...pero esas grosellas me tienen babeando!!!
    grosellas es la finka de mi abuelo (la de mi otro abuelo el periodista popular veterano) si lo visitaba agarraba una bolsa kompleta y las komia hasta k me sakara pedazos de pellejos de la boka! la ultima vez k las komi, mi papa preparo un postre de esta, parecido a un pure pero kon las pepitas ummm guardame un pokitooo!

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