Monday, November 16, 2009

Quisqueya Abroad: La Calmena

El bar de la esquina lo comanda la Calmena. Ella se esmera día y noche porque su putibar sea el más limpio y pulcro de los putibares de Loiza. Temprano en la tarde abre sus puertas, las que miran hacia el norte mar y las que miran hacia el oeste por donde se enconde el sol, para que entre la brisa costera que se llevará el olor nocturno a licor y poder perfumar la pulcra barra de aroma alcanfor. Las chicas siempre te saludan con una amable sonrisa pero la sonrisa perenne de Calmena es la que siempre ve la Forastera cuando cada tarde, de lunes a viernes, pasa rumbo al este y se pasea junto a las puertas del aquel bar. La Forastera siempre miraba con curiosidad la apasibilidad de aquellas mujeres que abren y cierran temprano el local y sobre todo la capacidad única que tienen para controlar su espacio y hacerlo libre de trifulcas y revoluces; jamás verás un salpafuera en ese lugar. A fin de cuentas llevan allí una eternidad y algún atractivo especial han de tener las doñitas, sobre todo la Calmena con su aire de Doña fina. La Forastera se decidió y cuando menos lo planificaba entró por la puerta triunfal de aquel lugar y fué como entrar a un reino familiar, administrado por dóciles amazonas que la hicieron sentir como en casa. La barra de formica rojo encendido tenía cicatrices de batalla y las sillas altas de hierro con el asiento forrado de vinil, también rojo, lucían un aura de misterio al atardecer donde se proyectaban sombras de líneas paralelas y reflejos de penumbras con aire de nostalgia. El lugar estaba iluminado por una bombilla roja, una verde y el destello de una vellonera que estaba cargada de lo mejor de la bachata, Marco Antonio Solis y Ana Gabriel entre otras selecciones de música tropical. Calmena calmaba su calor provocado por una tarde de otoño caribeño con un abanico rojo mientras observaba a la Forastera tomarse su medalla fría y observar con ojos desbordados de curiosidad el bar. Por primera vez la Forastera y la Calmena intercambiaron palabras de saludos y de cariño. Calmena disfrutaba su tarde como disfrutaba de su nueva clientela sin sospechar que lo que allí sucedía era sólo el comienzo del fin de una época que jamás volverá a pasearse por las vidas de dos mundos muy diferentes y peculiarmente familiar.

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