El es analfabeta, de corazón profundo pero sobre todo agradecido. Esto me lo dijo él salido de sus propios labios mientras me miraba fijamente a los ojos esperando en la fila del fast food. Primero se me acercó, muy cerquita, y me preguntó entre tartamudeos y balbuceos algo sobre el letrero del menú que yo no logré descifrar e inmediatamente le dije que se acercara a los cajeros para que le preguntara a ellos. El lo hizo mientras señalaba con su mano cerrada con la cual sostenía un billete para pagar su compra. Regresó a su lugar en la fila, muy cerca de mí. Todavía yo lo observaba medio confundido y le dirigí la palabra para preguntarle si le habían explicado lo que él necesitaba saber y me dijo que sí pero yo no le creí porque su mirada lo delataba. Le pregunté que deseaba saber y me dijo que era acerca de los precios porque el era analfabeta y no sabía leer. Yo le indiqué y le describí lo que deseaba saber con mucha paciencia y detalle. Cuando terminamos nuestro diálogo él me dijo gracias, y me dijo que dios la bendiga y buen provecho tambén. El comenzó a balbucear y a hablar en voz alta, como pensando, diciendo que a veces cuando él hace preguntas la gente no es amable con él y que no se enteran de que todavía en el mundo existen analfabetas como él. Repitió esto en más de una ocasión mientras yo le daba la espalda cuando me atendían. Yo lo seguía escuchando y el seguía regándome con su lluvia de agradecimientos y yo con mucho dolor en mi espalda sonreía pero al mismo tiempo con un taco en la garganta y ganas de llorarlo. La señora que esperaba en fila, inmediatamente antes que él, no tuvo la paciencia de asistir a un analfabeta. El analfabeta le pidió ayuda a ella antes que a mí y ella con voz de tensíon y disgusto lo había despachado rápidamente diciéndole en un tono agudo y agitada que ella no sabía nada. Ella no sabía nada pero aprendió algo, que el analfabeta ese día le mostró con una gran lección, que mas abajo viven otras gentes que hablan y leen su mismo idioma.
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